Los degollados ©Manuel Peñafiel, fotógrafo, escritor y documentalista mexicano.
Los degollados
©Manuel Peñafiel, fotógrafo, escritor y documentalista mexicano.
En 1998 me propuse filmar las remembranzas de los ancianitos morelenses que en su infancia y juventud se unieron a las tropas de Emiliano Zapata; al convivir con ellos me impactó e indignó la miseria en la cual estos bravíos revolucionarios terminaron sus días, por esta razón, decidí nombrar a mi documental Los Últimos Zapatistas, Héroes Olvidados. Durante el rodaje de dicha cinta conocí a doña Irene Clara Villalba, después de filmarla también le hice retratos fotográficos para mi libro Emiliano Zapata, un valiente que escribió historia con su propia sangre.
Doña Irene Clara Villalba me platicó que durante la Revolución Mexicana de 1910, sus papás la escondían dentro de un colchón viejo para que los soldados de Venustiano Carranza no la violaran.
Fue en los pueblos morelenses donde me enteré de las atrocidades cometidas por el ejército federal cuando perseguía al honesto revolucionario Emiliano Zapata; ahora estimados lectores les describo lo que mi mente percibió de lo sucedido:
¡ Ahí viene el gobierno, ahí viene el gobierno !, gritaba el niño cuando entró corriendo a Tlaltizapán avisando a sus paisanos. La tropa lo alcanzó, la caballada le pasó encima, la frágil criatura sintió los cascos de los animales sobre su cuerpo, un enorme peso de relinchidos y sudoroso pelambre le reventó los intestinos, sus huesos se quebraron igual que las ramas del árbol huizache, las pezuñas le rompieron los dedos de sus manos, aquel niño pensó que ya no podría jugar a las canicas, sin embargo, lo que más le preocupaba era que no sería capaz de prevenir a su mamacita para que se escondiera junto con sus hermanas; los soldados abusarían de ellas impunemente, y él ahí tirado no podría hacer algo para evitarlo. Cuando esto pasaba por su mente, la herradura de un caballo se le incrustó en la cara, los trozos de su quijada tronaron igual que nueces empolvadas, las astillas óseas rasgaron sus mejillas, tragó sangre revuelta con la tierra, otro corcel también lo pisoteó, sus pulmones estallaron, y el golpe en la nuca le arrebató la vida entre el griterío de la gente que corría a refugiarse. La expedición punitiva había llegado al poblado con la urgente misión de averiguar el paradero de Emiliano Zapata; el presidente Venustiano Carranza ya estaba harto del incansable e incorruptible guerrillero que se negaba a apaciguarse, a menos de que sus indígenas campesinos obtuvieran el derecho legal de propiedad para trabajar sus parcelas, sin ser explotados por los abusivos hacendados.
La soldadesca desmontó, el general a cargo dio órdenes de traer a la plaza a los jefes de familia. Valiéndose de las culatas de sus rifles los soldados los arrearon a empujones. El oficial habló claro, sin alzar la voz: Hemos venido solamente por un hombre, ustedes saben a quien buscamos. Si nos dicen donde está escondido, ninguno de ustedes sufrirá daño, pero si se empeñan en seguir ocultando su paradero, entonces yo aquí en representación del presidente constitucional de la República Mexicana, el general Venustiano Carranza, quien me ha dado específicas órdenes y amplio poder para cumplirlas, me veré en la necesidad de forzarlos; así que no me hagan enmuinar y hablen pronto. A todo el caserío lo cubrió un denso silencio, interrumpido solamente por ladridos de los perros desconfiando de los uniformados con el color del estiércol seco. El general al ver que ninguno de los parroquianos se disponía a confesar, ordenó que se tomaran seis varones al azar, sus reclutas ya sabían que hacer, con calculada parsimonia separaron las bayonetas de sus fusiles, el oficial cuando vio a sus subalternos con la hoja en la mano, asintió con la cabeza. El sutil movimiento de su rostro bastó para que los mercenarios rajaran con el filo del metal los cuellos de aquellos que se desangraron silenciosamente, ante sus aturdidos familiares contenidos por el cerco militar. Aquel oficial retomó la amenaza, si no me dicen donde está escondido Zapata, voy a seguir cercenando gargantas hasta que una de ellas cante y me diga el escondrijo de ese mugroso pata rajada. Una mujer le escupió a la cara, aquí ninguno va a decirle donde se encuentra nuestro general Zapata. Indígena inmunda, vociferó el miliciano. Después de limpiarse el escupitajo del rostro, la tomó por el cabello obligándola a hincarse en el suelo. La mujer no se intimidó, puedes matarnos a todos maldito guacho, ninguno te dirá donde está Emiliano. El carrancista la pateó en la boca, luego en las costillas, quebrándolas igual a la madera de los huacales atiborrados de fruta en los días de plaza. El militar transpiraba después de asestarle tal golpiza a la mujer. Se detuvo para tomar un respiro, alargó la mano y el sargento le dio su bayoneta, la cual hundió en la mujer que se deshizo en convulsiones. Después de esto, la tropa adiestrada igual a mastines del infierno se dedicó a husmear por todo el pueblo de Tlaltizapán. Las puertas de las casas fueron derribadas a culatazos, las que no cedían fueron perforadas a balazos, los proyectiles entraban por las cerraduras, quebraban las ventanas haciendo añicos la dignidad humana. Los uniformados irrumpieron en aquellos hogares gritando como enajenados: ¿ Dónde está Zapata ?, respondan bola de infelices, ¿ dónde está escondido ?
Ninguno de los lugareños abrió la boca para denunciar a su bravío comandante revolucionario. Los mercenarios pagados por Venustiano Carranza degollaron a hombres, mujeres, niños, niñas y ancianos, sus manos se mancharon de infamia carmesí, sus botas quedaron salpicadas de vergonzosa hemorragia, los uniformados salieron de aquel poblado sintiendo que su propia alma estaba gangrenada.
Detrás de ellos quedaron los lamentos, cuerpos femeninos de canela adolescente mancillados en hediondos rincones de mórbido salvajismo. Algunas doncellas se salvaron del ruin ultraje, ocultándose en secretos pasadizos hechos en sus hogares para evitar que la perversa tropa abusara de ellas. Esa noche en el atrio de la iglesia se velaron la centena de cadáveres. La sangre rechupada por la tierra quedó igual a incongruente mapa de absurdos contornos pardos. Las veladoras pestañeaban, las mujeres no lloraban, el rencor había estropeado a las lágrimas, solamente el reflejo de la luna anunciaba que esa vileza no sería olvidada, ni mucho menos cancelada de los párrafos de la historia mexicana.
©Manuel Peñafiel
Fotógrafo, Escritor y Documentalista Mexicano.
El contenido de este artículo está protegido por las Leyes de Propiedad Literarias y otras Leyes de Propiedad Intelectual, sin embargo, puede ser reproducido con fines
didáctico - culturales sin omitir el nombre de su autor Manuel Peñafiel y los créditos de sus fotografías; queda prohibido utilizarlo con fines de lucro. This publication is protected by Copyright, Literary Property Laws and Intellectual Property Laws. It can only be used for didactic and cultural purposes mentioning Manuel Peñafiel as the author and his credits for the photographs. It is strictly prohibited to use it for lucrative purposes.
https://www.youtube.com/watch?v=pFjkMHL8VB4 Enlace para ver gratuitamente el video en Youtube Los Últimos Zapatistas, Héroes Olvidados de Manuel Peñafiel
©Manuel Peñafiel
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