El carbonero ©Manuel Peñafiel, fotógrafo, escritor y documentalista mexicano.
El carbonero
©Manuel Peñafiel, fotógrafo, escritor y documentalista mexicano.
Martín Peñafiel fue mi bisabuelo, él fue peón en la Hacienda de San Miguel Regla, allá en el boscoso Estado de Hidalgo, México. Su esposa se llamó Rufina Asiain.
Asiain es el murmullo de la arena en el desierto cuando la ventisca la levanta, y luego cada grano vuelve a caer formando diseños en el árido Sahara requemado por el sol. Asiain es apellido proveniente de Arabia, por esta razón Rufina tenía bellos ojos obscuros bajo pobladas cejas, con ellos miraba todo alrededor, caminaba ligerita haciendo el suave sonido de las dunas con sus largas enaguas rasando por el suelo, madrugadora rumbo a la escuela rural donde ella era la maestra.
Martín y Rufina tuvieron cuatro hijos, uno de ellos se llamó Ricardo, él fue mi abuelo paterno. Rufina murió cuando Ricardo aún no cumplía los siete años de edad, al niño le habían dicho que se fuera a un mandado, con el pretexto de sacarlo de la casa donde Rufina agonizaba.
A Ricardo siempre le gustó correr por la verde inmensidad del campestre, así se entretuvo de tal manera, que no supo que su madre ya había muerto. Regresaba a su casa caminando por las calles del pueblo cuando vio el cortejo fúnebre. Ricardo niño se detuvo ante aquella hilera de hombres enlutados y mujeres llorosas. Fue cuando un muchachito le gritó:
¿ A qué ni sabes a quién llevan a enterrar ?
Ricardo no contestó, pues ignoraba la respuesta. Aquel insolente mozalbete antes de emprender la carrera, escupió al aire groseramente:
¡ Ahí llevan a tu mamá en la caja !
Ricardo quiso ir tras él para revolcarlo a golpes, pero el otro ya tenía los pies en polvorosa; en ese momento el confundido huerfanito dejó de escuchar el barullo pueblerino; pareciese que todo lo había engullido un espeso pantano silencioso. Ricardito al través de las lágrimas veía flotando a las personas, desplazándose con movimientos lentamente ondulados, igual a las carpas que él había visto en el estanque del rico hacendado, donde su padre se partía el lomo arando los cultivos. Ricardo ignoraba por qué razón aquel rapaz chiquillo le había dicho tal cosa, él sabía que su mamá había estado delicada de salud, pero las mamás no se morían así nada más, se repetía mentalmente a sí mismo. Fue en aquellos espinosos momentos cuando frente a sus ojos, también negros y bonitos como los de su madre Rufina, apareció su padre Martín, quien caminaba cabizbajo rumbo al cementerio. Entonces supo que lo que le había dicho aquel mocoso era cierto, dentro de aquel ataúd de madera de pino llevaban a su madre muerta.
Ricardo dejó de llorar, el desasosiego se volcó en enojo. No le habían permitido despedirse de ella, se ofendió porque algunos adultos tratan a los niños como si fuesen muebles, moviéndolos de aquí para allá, sin consultarlos primero. Sintió que le hormigueaba el cuerpo, quiso correr al lado de su padre, pero aquel hombre pasó sin siquiera notar la presencia de su primogénito, quien echó carrera rumbo al cerro, atravesó la milpa pisoteando los surcos de cultivo, los campesinos le reclamaron enfadados:
¡ Oye tú salte de ahí !, ¿ acaso no ves el destrozo que estás causando ?
Sin embargo, el chiquillo continuó corriendo, hasta que sus agitados pulmones le dolieron por la sofocación. Cayó rendido. La noche lo sorprendió con un cielo gélido huérfano de estrellas, sin luz en sus inmensas entrañas, así de apagado se encontraba el ánimo de aquel desamparado niño.
El frío húmedo lo forzó a emprender el regreso a su hogar, donde aún estaban algunos parientes reconfortando al atribulado viudo. El chamaco los pasó de largo, dirigiéndose a su cuarto donde se echó sobre el camastro y así vestido se quedó dormido.
Después de un tiempo, las dificultades obligaron a Martín mi bisabuelo a migrar a la Ciudad de México, donde murió de dolor de costado, según me dijeron, tal vez sería cirrosis hepática, pienso yo. Mi abuelo Ricardo en aquel entonces tenía aproximadamente doce años de edad, cuando junto con sus hermanos Sara, Lola y Martín fueron a parar a la casa de una tía. Intensa era su preocupación de que separasen a los hermanos, pues aquí en México existe la costumbre de repartir a los huérfanos con los familiares. Ricardo no quería que a sus hermanitos los desprendiesen igual a las uvas de un desprotegido racimo, por lo tanto, enérgicamente le expresó a su tía que él se haría cargo de su manutención, y además llevaría dinero a la casa para cubrir las necesidades de sus hermanitos.
A los trece años, Ricardo ya estaba trabajando en una miscelánea, donde les despachaba a los clientes frijol, arroz, piloncillo, aceite de oliva, harina, vinagre, escobas, plumeros, mezcal, géneros de tela, y una que otra golosina.
Pariente de la pobreza es el hambre haciendo que le doliera su estómago, así que cuando el dueño de la tienda de abarrotes se ausentaba; Ricardo tomaba un huevo crudo, y con la punta de su trompo le hacía un agujerito para beber la proteína; luego para no ser descubierto por su patrón, arrojaba el cascarón vacío detrás de una pesada vitrina.
Así lo hizo incontables veces, hasta que cierto día el dueño de aquel estanquillo decidió reacomodar el mobiliario. Ricardo pretextó que tenía que llevar el pedido de una clienta a su casa, pero su jefe le ordenó que lo ayudara, ya que él solo no podría mover la vitrina.
A Ricardo no le quedó más remedio que obedecer, la cara se le puso colorada cuando tras el mueble apareció un montón de cascarones, cuyas claras y yemas habían ido a parar a su barriga.
Mi abuelo, además de llevar su salario a la casa de su tía, ganaba el dinero suficiente para darles cincuenta centavos cada domingo a sus hermanos, dividir tal cantidad entre tres era causa de alegatos e infantiles rebatingas.
Una tarde al volver a casa de su tía, Ricardo se encontró con la noticia de que su hermano Martín no había ido a la escuela, entonces le amonestó de esta manera:
¡ O te despabilas y te dedicas a estudiar para que luego puedas trabajar o te vas de aquí, en esta casa ya hay bastantes mujeres, no quiero a otra señorita a quien cuidar !
Cuando Martín se hizo muchacho, se subió de polizón a un tren que cruzaba para el otro lado, donde primero trabajó de lavaplatos, fue superándose hasta llegar a ocupar la gerencia de una compañía de máquinas de coser en la ciudad de Nueva York. El impulso de su hermano mayor rindió frutos.
Cuando llegó a su juventud, mi abuelo Ricardo encontró trabajo en los Almacenes Generales para finalmente dedicarse a la compra - venta de bienes raíces. Durante su matrimonio con mi abuela paterna Mercedes Sánchez Bauchester vivió en una modesta Privada en la calle de Tonalá número 43, en la colonia Roma de la Ciudad de México.
Mi abuelo paterno Ricardo Peñafiel Asiain ( 1888 – 1972 ) solamente pudo estudiar la escuela primaria y un año de Comercio, sin embargo, esto no le impidió tener abundante cultura ya que fue un insaciable autodidacta. Cuando alguien le preguntaba algo, él respondía acertadamente, y no conforme con eso, acudía a su librero para hojear la enciclopedia, manejando los tomos de la sapiencia con la rapidez de alguien que pasa las cuentas de un ábaco intelectual.
Mi abuelo Ricardo amaba la campiña, necesitándola igual que el ave aspira al ancho horizonte, semejante a la trucha que nada libremente en el río, igual que las hojas de los árboles se complacen al ser acariciadas por el tierno viento. En la Ciudad de México, mi abuelo se sentía prisionero, por esta razón se hizo alpinista explorador. Cada vez que tenía oportunidad salía a provincia o a las altas cordilleras.
Cierto domingo por la tarde después de una de sus excursiones, él estaba aguardando al tren que lo llevaría de regreso a la capital, cuando curioseando en el restaurante de la estación ferroviaria se percató de una gran jaula con pájaros; de cuyas melodiosas aves, la dueña se hallaba orgullosa, pavoneándose igual que insensible carcelera. Cuando finalmente hizo su parada el tren para recoger a los pasajeros, mi abuelo Ricardo esperó hasta el último momento para abordarlo; ya había elucubrado su plan con el cual pensaba liberar a las aves instantes antes de que la locomotora se pusiera en marcha, y así sucedió. Cuando la negra maquinaria pitaba bufando vapor, Ricardo abrió las puertas de la enorme jaula, los redimidos pájaros volaron confundidos estrellándose contra los vidrios de las ventanas antes de percibir las que estaban abiertas. La dueña del restaurante gritaba tratando inútilmente de recuperar alguno de sus gorriones, petirrojos, centzontles, o por lo menos algún desorientado canario. En medio de la confusión y las plumas cayendo en la sopa o en el postre de los clientes, Ricardo se escabulló hacia el vagón de pasajeros de aquel tren, sin embargo, su plan no había tenido en cuenta la perspicaz ira de aquella ofendida propietaria, quien al percatarse de que aquel forastero había causado los estragos; recogiéndose sus amplias faldas enaguas, alcanzó a correr hasta la ventanilla de aquella lenta locomotora, gritándole al maquinista que detuviera la marcha. La iracunda agraviada junto con su marido y los enojados lugareños subieron al vagón donde se encontraba Ricardo mi abuelo, a quien le exigieron pagar por las insustituibles aves que se gozosamente se habían fugado. Y con tal de que no lo metieran a la cárcel, se vio obligado a vaciar el dinero de sus bolsillos, teniendo también que dejarles su mochila de excursionista con los enseres para acampar. Así era mi abuelo paterno, un hombre que se identificaba plenamente con los animales y el entorno silvestre.
Recuerdo un día que iba con él y mi abuela Mercedes en un camión urbano de pasajeros, ya que mi abuelo nunca poseyó un automóvil, cuando él de pronto bajó el cordel pidiéndole la parada al chofer para sorpresivamente apearse, y regañar a un par de niños que se colgaban de la rama de un árbol sembrado en la banqueta.
Mi abuela y yo parados en la acera lo escuchamos al reprenderlos:
¡ Dejen de maltratar a ese árbol ! ¿ Qué sentirían ustedes si yo me colgara de alguno de sus brazos ?
Los dos chiquillos huyeron de ahí corriendo; mi abuelo Ricardo pacientemente caminó hacia la esquina de la calle para esperar la llegada del próximo autobús, y todavía refunfuñando, sacó de la cajetilla un cigarrillo ovalado sin filtro para colocarlo entre sus labios, con tal enojo sus ojos estaban más encendidos que la brasa del tabaco.
Mi abuela paterna Mercedes Sánchez Bauchester ( 1893 – 1956 ) era una mujer alta y bondadosamente corpulenta, mi abuelo Ricardo la conoció gracias a que era hermana de José Sánchez su mejor amigo, con quien inició calaveradas, siendo cómplices en sus juveniles trasnochadas. Así que cuando Ricardo comenzó a pretender a su hermana Mercedes, a José no le hizo la menor gracia. Puso el grito en el cielo, amenazó con golpearlo, pero nada le valió; el ingenio de Ricardo ya había cautivado no solamente a la joven, sino que toda la familia reía por los chistes que hacía a costillas de su enfadado futuro cuñado.
Durante la Revolución Mexicana iniciada en 1910, época en que escaseaba la comida, mi abuelo Ricardo quien en ese entonces trabajaba en los Almacenes Generales, se las ingeniaba para llevarle a su futura familia política algunos víveres. Y para no ser detenido por los militares, burlaba el toque de queda, disfrazándose de carbonero. Vestido con harapos y embadurnado el rostro con grasa y ceniza, no despertaba la sospecha de los centinelas, logrando escabullirse con su costal lleno de azúcar y comestibles hasta el domicilio de la familia Sánchez Bauchester, quienes la primera vez que le abrieron la puerta tras sus insistentes toquidos no lograron reconocerlo, azorados por la desfachatez con que aquel menesteroso bromeaba con la bonita Mercedes, quien desde el primer instante ella sí logró reconocerlo.
©Manuel Peñafiel
Fotógrafo, Escritor y Documentalista Mexicano.
El contenido literario y fotográfico de esta publicación está protegido por los Derechos de Autor, las Leyes de Propiedad Literaria y Leyes de Propiedad Intelectual. Sin embargo, puede ser reproducido con fines didáctico - culturales sin omitir el nombre de su autor Manuel Peñafiel y los créditos de las fotografías; queda prohibido utilizarlo con fines de lucro.
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It is strictly prohibited to use it for lucrative purposes.
https://www.youtube.com/watch?v=pFjkMHL8VB4 – Link para ver de manera gratuita en Youtube el documental Los Últimos Zapatistas, Héroes Olvidados de Manuel Peñafiel
https://www.youtube.com/watch?v=pigqK4rm-y0 – Link para ver de manera gratuita en Youtube el documental Pancho Villa, la Revolución no ha terminado de Manuel Peñafiel
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