Pancho Villa, revolucionario mexicano Relato ©Manuel Peñafiel, escritor, investigador, productor y director de fotografía.

Pancho Villa, revolucionario mexicano Relato ©Manuel Peñafiel, escritor, investigador, productor y director de fotografía. Durante la filmación de mi documental Pancho Villa, la Revolución no ha terminado, los amables lugareños me dieron las indicaciones para hallar a los escasos ancianitos que conocieron aún con vida al Centauro del Norte, entre ellos destacó su hija Guadalupe Villa Quezada, radicada en Ciudad Delicias, Chihuahua, México. Mientras conviví con estos sobrevivientes de la Revolución Mexicana de 1910, mi cámara filmó sus conmovedoras narraciones, además capturé sus retratos en fotografía fija para mi acervo Pancho Villa, aquellos que lo conocieron. En mi bagaje anecdotario archivé invaluables remembranzas, con las cuales, redacté estos párrafos dándole voz al Centauro del Norte con el teclado ante el monitor de mi indispensable computadora. Guadalupe Villa Quezada, hija del Centauro del Norte, me miró de pies a cabeza cuando toqué a su puerta, ahí estaba yo maltrecho tras haber conducido mi camioneta durante varias jornadas por los extensos parajes del Norte de mi país, pernoctando en ocasiones a la vera del camino. Vengo a pedirle que me hable de su padre, dije a manera de saludo, estoy filmando un documento que reviva las hazañas justicieras de Pancho Villa. La anciana me atravesó con sus ojos azules afilados. Usted parece ser un caballero bien intencionado, pase que hay mucho que narrar, la charla será larga, pero la vida no lo es, así que dispóngase a escucharme. El Génesis de un Guerrillero. Guadalupe Villa Quezada tenía siete años de edad cuando vivió en Parral, Chihuahua, su madre se llamó Aurelia Severiana Quezada Romero, una maestra rural nacida en Nonoava, Chihuahua. Un buen buen día el padre de Guadalupe le dijo, siéntese para platicarle lo que me sucedió antes de unirme a la Revolución Mexicana de 1910. Nací el 5 de junio del año 1878, en La Coyotada de Durango, mi padre se llamó Agustín Arango, mi madre Micaela Arámbula, yo Doroteo Arango Arámbula fuí el mayor, siguiéndome Hipólito, Antonio, Mariana Guadalupe y luego Martina. Pertenecíamos a la fuerza de trabajo del hacendado Luis Martínez Negrete, él nos explotaba hasta la última gota de sudor. Todo mi sufrimiento comenzó cuando mi hermana fue violada por ése adinerado. Martina tenía la escasa edad de catorce años no cumplidos, el hacendado mandó a sus hombres por ella, como amo y señor que era de todos nosotros, bien sabía que la hermana menor de sus peones era la encargada de llevar el almuerzo a las doce en punto de cada día, pero en esa ocasión nos tuvo en vigilia por más de dos horas y el lonche no se hacía presente, viendo que no llegaba la comida, mandé a mi primo hermano para averiguar la causa del retraso. Lo primero que vió mi pariente, fue a la muchacha maltrecha tendida sobre el terregal, mi primo le preguntó: ¿ Qué te pasó, porque no fuiste a llevarnos los tacos ? Martina se echó a llorar con aflicción, diciéndole que el señor hacendado la había mancillado. Mi allegado que se llamaba Francisco Arámbula tomó el sustento con las tortillas y su caballo flaco, cuando llegó les entregó el tentempié ya frío a los labradores, llamándome aparte, muy quedito al oído me informó del infortunio de mi hermana. Yo Doroteo Arango, le quité el bridón galopando hasta la casa de mi madre Micaela, después de narrarle la desventura de su hija, ella permaneció llorando, sabiendo de antemano lo que haría su hijo al llegar a la Casa Grande de Martínez Negrete. Mi progenitora suplicaba que no fuera, pero yo no podía dejar de reclamarle al hacendado por la bajeza cometida. Cuando desmonté, él estaba muy quitado de la pena dormitando en su mecedora puesta en el corredor de su mansión, al acercarme al patrón apareció su caporal, así desprevenido como estaba, inmediatamente le quité la pistola de la cintura y con ella me fuí sobre Luis Martínez Negrete, quien haciendo bulla lloriqueaba: ¡ Quítenme a este zaparrastroso de encima! Al potentado le gustaba haraganear con sus piernas extendidas, y yo Doroteo Arango, le escupí: ¡ Estése sosegado, si no le va a ir peor ! Enseguida, comencé a escarmentarlo. Se juntó harta gente atraída por los gritos que él daba, pero nadie se atrevió a defenderlo, ningún auxilio le prestó persona alguna en esos momentos. Le aticé duro con la cacha del revólver de cañón largo hasta que le tronaron varios huesos de las piernas, para que nunca más pudiera caminar erguidamente; y que solamente se arrastrase en su propia conciencia, recordando el irreparable daño que nos había causado. Después de poner en su lugar al untuoso ricachón, me regresé a mi jacal hallando a mi mamá todavía sollozando, tan pronto entré, me preguntó: ¿ Doroteo, que es lo que piensas hacer ? Agitado respondí: En Casa Grande están muy ocupados, haciéndole toda clase de paciencias a Martínez Negrete, como lo hacen con los sobrados de dinero. Mi benévola jefecita me dió su bendición, yo tomé las gordas que aún estaban sobre el comal, y metiendo de prisa las tortillas en la alforja, enfilé pa’ las montañas, donde por varias semanas anduve a salto de mata. Una noche me puse a pensar: ¿ Qué haría yo con mi vida ? Me quedé dormido con la incógnita inquietándome el sueño. Con el alba me fui a pedir trabajo en la mina, después de picar piedra; por las noches me acurrucaba dentro de los hoyancos que hacían los aguaceros. Dos bondadosas viejecitas que conocían a mi familia, me procuraron alimentos. Una ocasión en que llegué a su casa pacientemente aguardaron a que terminara de manducar, y lueguito me advirtieron: Doroteo, está bueno que te vayas otra vez a ocultar por entre la sierra, los matones de Luis Martínez Negrete andan husmeando por doquier. Lo escuchado me provocó mala digestión, les dí las gracias por su afabilidad, y partí inmediatamente para no perjudicar a aquellas ancianitas que me habían tendido la mano. Amanecí a las faldas de la cordillera, pero los sicarios del hacendado no me dejaban ni a sol ni a sombra, adentrándome en la sierra me topé con el jefe de una gavilla de salteadores camineros, a los pobres herreros les dejaba lo que de utilidad portaban, pero a los pudientes los apeaban de la diligencia para atracarlos sin recato, la injusticia de los millonarios subyugaba a la nación, con sus fortunas sobornaban al gobierno y policía, los pobres se estaban encendiendo. Contra la declaración de Luis Martínez Negrete no tendrían valor mis argumentos, él ocultaría su delito cometido en perjuicio de mi hermana Martina, razón por la cual, percutí el arma después de darle una charrasqueda. Me uní a la pandilla de asaltantes sin otra alternativa, era lo único que yo podía hacer para seguir comiendo. Durante la aciaga temporada escondido de los alguaciles, bajaba de las cuevas, donde pernoctaba para trotar por la llanura, ahí me encontré con un arriero que me dijo: Doroteo, vengo de La Coyotada de San Juan del Rio, escucha te traigo un recado, tu mamá se encuentra muy malita. No necesité escuchar más, le dí las gracias por el mensaje, y ajusté la silla de mi caballo alazán. Cruzando el umbral de mi jacal, la vislumbré en su cama, al acercarme a saludarla, lo primero que hizo fue interrogarme: ¿ En dónde trabajas, en qué te ocupas, cómo se llama tu nuevo patrón, en qué hacienda laboras ahora ? Haciéndome el desentendido, simulé atenderla solícitamente. Usted madrecita Micaela, déjese de mortificar. Cuando ya me retiraba, le ofrecí algunos arrugados billetes, para mi desconsuelo con brusco aspaviento los rechazó agraviada, respondiendo secamente: Doroteo yo no te acepto ni un centavo, porque lo que tu me ofreces es dinero mal habido. Ya me dijeron que andas en malas jugarretas delinquiendo. Yo Doroteo Arango, me retiré muy afligido por aquel rechazo. Trancurrieron de cuatro a cinco meses desde aquel amarrido incidente, mi madre se volvió a poner enferma, el mismo hombre me buscó para informarme de lo grave que ya estaba. ¡ Mira Doroteo, dáte prisa, vete pronto si quieres encontrar con vida a tu jefecita ! Esa vez ni la silla le puse a mi caballo, así a pelo lo monté levantando el polvo a rienda suelta. A pesar de haber corrido a galope, arribé muy demorado. No podía hacerme presente por el riesgo a que alguien me delatara ante los rurales, agazapdo entre la sombra vespertina me acerqué a la vivienda para atisbar por la ventana. Mi madre ya estaba tendida sobre una mesa con cuatro cirios de difunto alrededor, me alejé conteniendo el sollozo. A la lomita donde amorrado regresé, se aproximó un vecino que regresaba de darle el pésame a mi familia, como era de fiar le pedí dijera a Mariana Lupe, que subiera a decirme cualquier argumento a modo de despedida, que mi madre hubiera dejado para mí antes de expirar. Pero mi hermana guardó silencio, enmudecida nomás miró a lo alto donde colgaba la flaca luna escurrida. Yo le ofrecí el escaso pecunio que había logrado juntar, pero tampoco estiró la mano pa’ tomarlo. Ándale le dije, son monedas troqueladas de buena ley, mi hermana solamente se embozó el rostro con el rebozo, retirándose de mi presencia. Ya alejadita se detuvo, después de un titubeo, volvió para abrazarme…al alejarse se fue murmurando consigo misma: ¿ Dónde anda el Doroteo que nos cuidaba antes de que nuestra miseria se hiciera más profunda por culpa de los ricos ? Fue lo único que le pude escuchar antes de marcharse. Incapaz de permanecer más tiempo cerca de lo que había sido mi casa, tomé el bridón de mi cuaco sin montarlo, me alejé arrastrando mi pesar. Cuando la fatiga me hizo olvidar el afligimiento, le hundí las espuelas al caballo para reincorporarme con los bandoleros, y continuar robando vacas para luego revenderlas. Cierto calamitoso día nos dieron una tunda los esbirros, matando al jefe de nuestra cuadrilla, yo Doroteo Arango me sentí como si se hubiera extinguido la vida de mi padre. Cuando estaba derribado, me arrodillé ante el cadáver, le iba a susurrar al oído, pero aseveré que mejor gritando me podría escuchar mejor antes de que su alma lo abandonara para siempre. Con lacrimosa rabia prorrumpí, como si me estuviera mirando con esos ojos aún abiertos: ¡ Aquí no murió Francisco Villa, el que feneció fue Doroteo Arango Arámbula ! Desde entonces para todos fuí Pancho Villa, permaneciendo Doroteo Arango en aquel pasado inundado de tristezas. Después del jaloneado tiroteo junté a los muchachitos pa’ decirles: El que quiera seguir conmigo es bienvenido, y el que no, puede irse a su casa a hacer lo que mejor le plazca. Miren compañeros, mi ideal es otro, yo no soy, ni nací ladrón, el hambre me obligó a delinquir, yo ansío trocar el rumbo, así nomás con buena voluntad se puede, igual que cuando uno vira las riendas del caballo. Aquí de frente yo les digo, el que tenga bien ajustados los pantalones varoniles, pues me sigue a defender una causa noble, limpia y justa; Francisco Madero ya se levantó en armas contra el tirano Porfirio Díaz. Después de esto, me fuí a buscar más gente para luchar a favor del pueblo, sin imaginar que los triunfos en las batallas me ascenderían a General de la División del Norte con miles de bravíos revolucionarios bajo mi comando, a quienes la gente respetuosamente llamaría Los Dorados de Pancho Villa. ©Manuel Peñafiel - Fotógrafo, Escritor y Documentalista Mexicano. El contenido literario y fotográfico de esta publicación está protegido por los Derechos de Autor, las Leyes de Propiedad Literaria y Leyes de Propiedad Intelectual, sin embargo, puede ser reproducido con fines didáctico - culturales mencionando el nombre de su autor Manuel Peñafiel y sus créditos por las fotografías; queda prohibido utilizarlo con fines de lucro. This publication is protected by Copyright, Literary Property Laws and Intellectual Property Laws. It can only be used for didactic and cultural purposes mentioning Manuel Peñafiel as the author and his credits for the photographs. It is strictly prohibited to use it for lucrative purposes. https://www.youtube.com/watch?v=pFjkMHL8VB4 – Enlace para ver de manera gratuita en Youtube el documental Los Últimos Zapatistas, Héroes Olvidados de Manuel Peñafiel https://www.youtube.com/watch?v=pigqK4rm-y0 – Enlace para ver de manera gratuita en Youtube el documental Pancho Villa, la Revolución no ha terminado de Manuel Peñafiel
©Manuel Peñafiel - Fotógrafo, Escritor y Documentalista Mexicano. El contenido literario y fotográfico de esta publicación está protegido por los Derechos de Autor, las Leyes de Propiedad Literaria y Leyes de Propiedad Intelectual, sin embargo, puede ser reproducido con fines didáctico - culturales mencionando el nombre de su autor Manuel Peñafiel y sus créditos por las fotografías; queda prohibido utilizarlo con fines de lucro. This publication is protected by Copyright, Literary Property Laws and Intellectual Property Laws. It can only be used for didactic and cultural purposes mentioning Manuel Peñafiel as the author and his credits for the photographs. It is strictly prohibited to use it for lucrative purposes. https://www.youtube.com/watch?v=pFjkMHL8VB4 – Enlace para ver de manera gratuita en Youtube el documental Los Últimos Zapatistas, Héroes Olvidados de Manuel Peñafiel https://www.youtube.com/watch?v=pigqK4rm-y0 – Enlace para ver de manera gratuita en Youtube el documental Pancho Villa, la Revolución no ha terminado de Manuel Peñafiel

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