El caballito de Daniel ©Manuel Peñafiel, escritor, investigador, productor y director de fotografía, autor de los documentales Los Últimos Zapatistas, Héroes Olvidados; Pancho Villa, la Revolución no ha terminado; y del libro Emiliano Zapata, un valiente que escribió historia con su propia sangre.

El caballito de Daniel ©Manuel Peñafiel, escritor, investigador, productor y director de fotografía, autor de los documentales Los Últimos Zapatistas, Héroes Olvidados; Pancho Villa, la Revolución no ha terminado; y del libro Emiliano Zapata, un valiente que escribió historia con su propia sangre. Mi abuela materna Josefina Pesquera ( 1907 - 1996 ), nació siete años después del mil novecientos. Su infancia transcurrió durante los años en que mi país aún se encontraba inmerso en la Revolución Mexicana iniciada en 1910. El padre de mi abuela fue un hombre de situación acomodada, sin embargo, se enroló en las huestes de los que luchaban por una mejor condición para el pueblo oprimido por el dictador Porfirio Díaz. Fue en la Hacienda de los Morales, donde una húmeda madrugada, mi bisabuelo Daniel Pesquera se incorporó a los revolucionarios, él era de los pocos hombres que calzaban fino botín de charro, la mayoría usaban huaraches y estaban vestidos con calzón de manta. Al pecho portaban las cartucheras llamadas cananas, listas para disparar y fracturar el eslabón del sometimiento; a esta porción de sublevados los dirigía el General Felipe Ángeles. Durante los sanguinarios combates no se sabía si los heridos clamaban el apellido de su superior, o de su garganta salían los quejidos implorando la ayuda de las criaturas celestiales para que viniesen a mitigar el dolor de astillados huesos clavados a la pulpa de la herida abierta por los morteros dictatoriales. Las tripas calientes estaban esparcidas sobre la grosera tierra. Hombres acribillados yacían sobre la sabana polvorienta, sus ojos abiertos parecían parpadear, pero aquella infame ilusión la daba el movimiento de ávidas moscas en viscoso festín. Entre los caídos en batalla quedó mi bisabuelo Daniel, quien jamás volvió para cuidar su propiedad donde los árboles tepozanes crecieron hasta herir los techos con goteras. La morada donde residía de niña mi abuela Josefina, lloró luctuoso musgo. Mi bisabuela quedó sola y desprotegida, lavando ropa ajena para mantener a sus hijos en el pueblo de Tacuba, el cual en ocasiones era el paso de las perversas tropas bajo el mando de Venustiano Carranza; cuando esto sucedía era necesario ocultar a las niñas y a las jovencitas para que la soldadesca no las ultrajara o las raptase. Si mi bisabuela escuchaba el galopar de los caballos, apresuradamente escondía a su cría debajo de la cama. Cierta mañana, el vocerío de hombres rodeó la casa; los niños corrieron para apretujarse bajo el lecho, su madre los contó, angustiada notó que faltaba Danielito el más pequeño. El sudor que exprime el miedo fluyó de su cuello hasta los pechos. Afuera se escuchaban las obscenidades de la soldadesca, las impertinentes carcajadas se mezclaban con el ruido de las espuelas. Esta acongojada madre ordenó a los chiquillos que permaneciesen en silencio, Lola la hija mayor replicó que ya no podía contener las ganas de orinar, mi bisabuela le respondió que apretara las piernas, pues ella tenía que salir a buscar a su hijito Daniel. Con dificultad se arrastró de por debajo de la cama, a su obscuro vestido se le pegó la silenciosa pelusa que hay en los rincones de los hogares pobres. Cuidando de no ser vista a través de las ventanas revisó las habitaciones hasta encontrar al chiquillo, quien se encontraba sujetando su caballito de madera; al intentar llevarlo al ingenuo escondite bajo la cama, el niño replicó que no se separaría de su potro, o en todo caso también debían ocultarlo; tapándole la boca para que no se oyeran sus ingenuas protestas infantiles lo levantó en vilo. De nuevo debajo de la cama mi bisabuela contó a sus hijos. Lola se encontraba sollozando. ¿ Qué te pasa, m’hija ?, le preguntó su progenitora. ¡ Es que ya no me aguanté y me hice en los calzones ! Ahí tendidos en el suelo tuvieron que permanecer varias horas más. La ropa mojada de la niña se enfrió. Tiritando rezó hasta quedar dormida. Cuando finalmente se alejaron los mercenarios carrancistas y todos pudieron salir, mi bisabuela le preguntó a su hijo Daniel la razón por la cual había insistido en jalar consigo a su caballito. La inocente criatura respondió que él había oído decir a la gente que cuando los soldados llegaban a los pueblos hurtaban muchachas y corceles, y él no quería que se robasen el suyo. Mi bisabuela no lo reprendió más, sino que se dirigió a Lola quien seguía temblando por los escalofríos, le cambió las prendas para acostarla; así en ayunas entre quejiditos se quedó dormida con el aspecto de deshilachada muñeca enferma, con el transcurso de los años Lola creció con sus nervios vulnerables. Durante la Revolución Mexicana de 1910 el hambre ulceraba los estómagos de la gente. Mi abuela materna Josefina Pesquera ( 1907 – 1996 ), solía narrarme que junto con sus hermanitos salía a los devastados campos de cultivo que en aquella época existían en Tacubaya, ahí escarbaban con las manos buscando los ejotes o legumbres que habían quedado pisoteados bajo los cascos de la caballería, a las polvosas vainas les sacudían la tierra, y así crudas se las llevaban a la boca tratando de mitigar su apetito. Lo que aquí describo no lo leí en algún libro de historia, fue mi abuela Josefina quien todo me lo dijo, asegurándome también que Emiliano Zapata fue el único revolucionario que se mantuvo fiel a sus principios, todos los demás en cierto modo buscaban su provecho personal, en cambio el incorruptible morelense se mantuvo inmaculado hasta el final de su vida ocurrido el 10 de abril de 1919, cuando fue asesinado a traición por el General Jesús Guajardo, obedeciendo las órdenes del Presidente Venustiano Carranza. ©Manuel Peñafiel Fotógrafo, Escritor y Documentalista Mexicano. El contenido literario y fotográfico de esta publicación está protegido por los Derechos de Autor, las Leyes de Propiedad Literaria y Leyes de Propiedad Intelectual. Sin embargo, puede ser reproducido con fines didáctico - culturales sin omitir el nombre de su autor Manuel Peñafiel y los créditos de sus fotografía; queda prohibido utilizarlo con fines de lucro. This publication is protected by Copyright, Literary Property Laws and Intellectual Property Laws. It can only be used for didactic and cultural purposes mentioning Manuel Peñafiel as the author and the credits for his photographs. It is strictly prohibited to use it for lucrative purposes. https://www.youtube.com/watch?v=pFjkMHL8VB4 - Enlace para ver de manera gratuita en Youtube, el documental Los Últimos Zapatistas, Héroes Olvidados de Manuel Peñafiel https://www.youtube.com/watch?v=pigqK4rm-y0 – Enlace para ver de manera gratuita en Youtube, el documental Pancho Villa, la Revoluión no ha terminado de Manuel Peñafiel
©Manuel Peñafiel Fotógrafo, Escritor y Documentalista Mexicano. El contenido literario y fotográfico de esta publicación está protegido por los Derechos de Autor, las Leyes de Propiedad Literaria y Leyes de Propiedad Intelectual. Sin embargo, puede ser reproducido con fines didáctico - culturales sin omitir el nombre de su autor Manuel Peñafiel y los créditos de sus fotografía; queda prohibido utilizarlo con fines de lucro. This publication is protected by Copyright, Literary Property Laws and Intellectual Property Laws. It can only be used for didactic and cultural purposes mentioning Manuel Peñafiel as the author and the credits for his photographs. It is strictly prohibited to use it for lucrative purposes. https://www.youtube.com/watch?v=pFjkMHL8VB4 - Enlace para ver de manera gratuita en Youtube, el documental Los Últimos Zapatistas, Héroes Olvidados de Manuel Peñafiel https://www.youtube.com/watch?v=pigqK4rm-y0 – Enlace para ver de manera gratuita en Youtube, el documental Pancho Villa, la Revoluión no ha terminado de Manuel Peñafiel

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