La Charrita ©Manuel Peñafiel, productor, director de fotografía y escritor mexicano.
La Charrita
©Manuel Peñafiel, productor, director de fotografía y escritor mexicano.
Fue durante la realización de mi documental Pancho Villa, la Revolución no ha terminado, que di con el paradero de Guadalupe Villa Quezada, radicada en Ciudad Delicias, Chihuahua, ella era hija de aquel audaz revolucionario duranguense, fueron extensas las charlas que mantuve con ella; así que derivados de sus narraciones, escribí estos párrafos con la intención de escuchar con la imaginación la voz de Pancho Villa, relatando sus verídicas peripecias con La Charrita, madre de Guadalupe Lupita Villa Quezada.
Pancho Villa relató que durante la Revolución Mexicana de 1910, nos trepamos a la Sierra Tarahumara para reclutar adeptos.
En el pueblo de Nonoava, Estado de Chihuahua fue donde conocí a la maestra rural Aurelia Severiana Quezada Romero, yo el General Villa después de apearme del caballo, la saludé muy categóricamente, dialogamos algunos minutos, prometiendo mutuamente que nos reencontraríamos. Pero más tarde, envuelto en mi sarape no pude apaciguar el deseo, esa misma noche fui por ella, llevándomela conmigo, y de ahí permaneció a mi lado durante varios de los combates, ella fue una auténtica Adelita, apodada La Charrita por la tropa.
Andando en la bola la emprendimos para Zacatecas, ahí hubo mucho derramamiento de sangre inocente, las víctimas se contaron por docenas. Antes de tomar esa plaza, ya se nos habían agotado las municiones, no quedando lejos un campamento de soldados enemigos federales apertrechados con las municiones; mi gente y yo comenzamos a dialogar, en eso se arrimó La Charrita muy aguerrida marcando su atrevido plan:
Vamos por los tiros que a esos pelones les van a sobrar en su cobardía, y a nosotros esas balas nos serán de utilidad.
Después de escucharla hablar tan resueltamente, los hombres nos miramos convencidos por las palabras de Aurelia Severiana, enseguida nos dispusimos a tramar como lograr que aquel bastimento pasara a nuestras manos, y de pasadita apropiarnos de la caballada ajena.
Ingeniosamente mis villistas consiguieron un malhecho cajón de muerto; La Charrita preparó engrudo, después instruyó a algunos muchachos para que cortaran algo de su crin a varias yeguas, pegando aquel pelambre a unas franelas pardas simulamos las pelucas.
De las Adelitas en el campamento nos hicimos de faldas largas en desuso, así disfrazados, algunos de nosotros cargamos con el atáud en hombros rumbo al campamento de la milicia gubernamental.
Los demás permanecieron escondidos para hacerse presentes cuando fuera necesario, yendo tanto gentío arrejuntado detrás de un difunto despertaría sospechas.
Llegamos a nuestro destino con nuestro “ muertito ” a cuestas, yo el General Pancho Villa me disfracé de viuda todita cubierta de paños negros, La Charrita era otra afligida abuela.
Tras el portal del cuartel, lo primero que escuchamos fue:
¿ Quién vive ?
Somos gente inofensiva, respondió Severiana La Charrita.
Al asomarse el centinela, ella le rogó que nos permitiera pasar la noche a resguardo.
Aquel cabo marihuano, refunfuñó adormilado:
Déjeme hablar con mi superior.
Después de estirarse cual mico holgazán, se alejó arrastrando su uniformada flojera, regresando al rato para quitar la tranca del zaguán, permitiéndonos pasar a descansar con nuestro “ difunto ”.
Entraron los presentes y también los escondidos, mientras La Charrita convencía al guardia explicándole que sus familiares iban también con ella, pues el “ tiesecito ” en la caja era su difunto marido, quien aún no descansaba en paz, faltándonos todavía largo trecho hasta el cementerio.
Entrada la noche, simulando que dormíamos, aguardamos a que se amortiguara la última lámpara encendida en las barracas, donde en catres y petates estaba tumbada la milicia mercenaria. Solo entonces, sigilosamente nos escurrimos uno a uno hacia el guadarnés para saquearlo, los que estaban haciendo guardia fueron los primeros en caer con los porrazos que les dimos en la cabeza y en las costillas; pero no dilató mucho tiempo para que los de adentro se percataran de que algo sucedía. En seguida los milicianos empezaron a echar bala, pero no hubo bajas de nuestra parte, siendo que ya íbamos de huída con las municiones y los rifles sobre los caballos robados. Los guachos no pudieron detenernos, la luna oculta trás las nubes nos brindó su ayuda, los inexpertos reclutas enganchados por la leva del gobierno confundidos por la obscuridad no sabían hacia donde apuntar. Montando a pelo sin tiempo de ensillar los corceles que habíamos hurtado escapamos galopando, dejándoles el cajón del “ cadáver ”, y los disfraces de la pantomima a manera de recuerdo.
©Manuel Peñafiel - Fotógrafo, Escritor y Documentalista Mexicano.
El contenido literario y fotográfico de esta publicación está protegido por los Derechos de Autor, las Leyes de Propiedad Literaria y Leyes de Propiedad Intelectual, sin embargo, puede ser reproducido con fines didáctico - culturales mencionando el nombre de su autor Manuel Peñafiel y sus créditos por las fotografías; queda prohibido utilizarlo con fines de lucro. This publication is protected by Copyright, Literary Property Laws and Intellectual Property Laws. It can only be used for didactic and cultural purposes mentioning Manuel Peñafiel as the author and his credits for the photographs. It is strictly prohibited to use it for lucrative purposes.
https://www.youtube.com/watch?v=pFjkMHL8VB4 – Enlace para ver de manera gratuita en Youtube el documental Los Últimos Zapatistas, Héroes Olvidados de Manuel Peñafiel
https://www.youtube.com/watch?v=pigqK4rm-y0 – Enlace para ver de manera gratuita en Youtube el documental Pancho Villa, la Revolución no ha terminado de Manuel Peñafiel
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