Relato junto algunas de las fotografías que integran el libro Niños de México; publicado en 1980 por ©Manuel Peñafiel, fotógrafo, escritor y documentalista.
Niños de México; libro publicado por Manuel Peñafiel en 1980.
©Manuel Peñafiel, fotógrafo, escritor y documentalista.
En el restaurante La Pérgola en Avenida de Los Insurgentes de la Ciudad de México, era donde todos los días jueves se daban cita para comer el pintor guatemalteco Carlos Mérida ( 1891 - 1984 ) y el escritor mexicano Carlos Monsiváis ( 1938 - 2010 ), mi intención siempre fue retratarlos, sin embargo, al tratar de enfocarlos con la lente, Monsiváis me amenazaba:
¡ Peñafiel, si no me quitas esa cámara de enfrente, la arrojo a la sopera de donde nos está sirviendo el mesero !
Mérida añadía en tono grave:
Con la boca llena no quiero aparecer en ninguna de sus fotos.
Así que no me quedaba más remedio que devolver mi aparato fotográfico al estuche, y disfrutar la conversación de aquellos personajes.
Corría el año de 1975, en aquel entonces, yo tenía veintisiete años de edad, Carlos Monsiváis diez años más que yo, y el maestro Carlos Mérida contaba ya con más de ochenta. Todos nosotros esforzados con el ánimo por difundir la cultura, nuestros coloquios sazonaban aún más la rica comida italiana servida en aquel agradable “ ristorante ”, donde yo los escuchaba libando aromático vino “ rosso ”; soy un individuo que prefiere reflexionar en vez de conversar, hablar es efímero escribir casi eterno.
Cierta mañana muy temprano, el teléfono repiqueteó en mi departamento en Avenida de las Fuentes 34 - 102, en el fraccionamiento Tecamachalco. Descolgué para escucharle decir a un burócrata que el Instituto Mexicano del Seguro Social estaba interesado en publicar dos libros que se llamarían Niños de México y Los Médicos del Seguro Social, y antes de cortar la comunicación, escuetamente agregó:
Lo esperamos en cuarenta y cinco minutos en las oficinas del IMSS.
No tuve tiempo de replicarle, salté de la cama, me duché apresuradamente y salí en ayunas, rogando para que el denso tráfico capitalino no me impidiera llegar puntualmente a la cita.
Los elevadores del IMSS en Avenida de La Reforma son tan lentos como los trámites burocráticos y las curaciones en dicha institución, así que decidí trepar por las escaleras, después de anunciarme con la recepcionista me abrió la puerta; los funcionarios reunidos en la sala de juntas voltearon con gesto adusto al verme irrumpir sudoroso con la respiración entrecortada. Al fondo distinguí el rostro benévolo de Carlos Monsiváis, quien alzó las cejas humorísticamente al verme entrar de esa manera.
Al estrechar mi mano, susurró:
Me informaron que tú tomarías las fotos para el libro Niños de México cuya publicación será en 1980, por esa razón acepté escribir el prólogo del libro, ahora puedes agradecerme que tu cámara no haya terminado ahogada en la sopera del restaurante La Pérgola.
Esto me lo dijo sonriendo mientras limpiaba sus enormes anteojos antes de marcharse, los funcionarios ahí presentes se miraron entre sí, sin comprender de qué me hablaba el escritor Monsiváis. Cuando estuve a solas con los coordinadores de la publicación, les dije que gustoso aceptaba la encomienda, con la condición de que los disparos de mi cámara abarcaran el ancho universo infantil mexicano, donde no solamente existe el gozo, sino también la tragedia y el desazón de aquellas criaturas a quienes la pobreza les arrebató su infancia.
En 1979 acepté capturar las fotografías que conformarían el libro Niños de México para solidarizarme con las víctimas del sistema; en México sin importar el estrato socioeconómico existen más niños desdichados que dichosos, yo mismo fui flagelado por la violencia verbal y las descalificaciones de mi progenitor, sufrí los azotes infringidos por los frailes estadounidenses dueños del Colegio Tepeyac, las monjas arrebatadas por su neurosis existencial nos golpeaban, la ironía de los indolentes maestros fue un lastre, sufrí el acoso sexual perpetrado por el clérigo católico que escuchaba mi confesión la víspera a mi primera comunión, afortunadamente huí ileso; estos accidentes existenciales infectaron las heridas infringidas durante mi niñez, quise entonces retratar a los niños enfermos, tristes, golpeados, incluyendo por supuesto a los infantes sanos y libres de intimidaciones como a mí me hubiese gustado crecer.
Mi sigilosa infancia me impulsó a pensar, la imaginación me condujo por los senderos de la creación artística, considero que toda realización es terapéutica. Tedioso es mutarse en adulto, ser artista lo hace a uno capaz de repetir la infancia libremente, fue así que disparé mi cámara captando las sonrisas que a mí me hubiese gustado esbozar, identificándome con los rostros taciturnos y las miradas melancólicas.
Al disparar mi cámara fotográfica apresé los candores y los sabores de la niñez, el rollo de película se humedeció con las lágrimas del niño maltratado en el hogar y en la escuela, también los miré durante sus juegos, y me hubiese gustado el haber tenido amigos, sin embargo, la casa de mis padres estaba situada al norte de la Ciudad de México en la incipiente colonia Lindavista, y no hubo vecinos de mi incipiente estatura con quienes trepar árboles o jugar a las escondidillas, mis sutiles camaradas fueron los murmullos del viento moviendo la esmeralda frondosidad en el jardín de mis abuelos maternos Humberto y Josefina, convertido en jungla al atardecer, transformado en caldero de hechiceros con la espesa noche pletórica de sombras y ecos de los búhos.
Retraté a los niños y niñas protegidos en confortables hogares, y también retraté a los que se ganan la vida limpiando parabrisas, vendiendo periódicos, lustrando zapatos o evadiendo su tragedia existencial inhalando los vapores de los pegamentos buscando consoladoras y efímeras visiones. Frágiles criaturas obligadas a trabajar para llevarse un bocado a la boca, sonrisas anémicamente ingenuas destellaron momentáneamente ante la lente de mi cámara fotográfica.
Capturé las imágenes de aquellos frágiles, felices, taciturnos, agresivos y melancólicos diminutos seres humanos con la convicción de que en cada hombre yace un niño oculto disfrazado con bigote, grandes anteojos, finas corbatas o con la sencilla vestimenta de un esclavizado obrero o un bondadoso agricultor.
Carlos Monsiváis apoyó mi tesis en el prólogo de mi libro Niños de México, al escribir:
No se trata de una publicación artificiosa. No deseamos un testimonio que evada la realidad contrastante, y en ocasiones injusta o paradójica, Manuel Peñafiel a través del arte fotográfico acredita parte del mundo infantil con las características y las condiciones de quienes van a protagonizar al México del porvenir.
©Manuel Peñafiel - Fotógrafo, Escritor y Documentalista Mexicano.
El contenido literario y fotográfico de esta publicación está protegido por los Derechos de Autor, las Leyes de Propiedad Literaria y Leyes de Propiedad Intelectual, sin embargo, puede ser reproducido con fines didáctico - culturales mencionando el nombre de su autor Manuel Peñafiel y sus créditos por las fotografías; queda prohibido utilizarlo con fines de lucro. This publication is protected by Copyright, Literary Property Laws and Intellectual Property Laws. It can only be used for didactic and cultural purposes mentioning Manuel Peñafiel as the author and his credits for the photographs. It is strictly prohibited to use it for lucrative purposes.
©Manuel Peñafiel - Fotógrafo, Escritor y Documentalista Mexicano.
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